MISERICORDIA, ARREPENTIMIENTO Y PERDÓN.-

MISERICORDIA, ARREPENTIMIENTO Y PERDÓN.-

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No nos dejemos desanimar por los malos ejemplos propios o de los demás, presentes o pasados, y miremos sólo el modelo de Nuestro Señor Jesucristo –Camino, Verdad y Vida- y la fuerza de su Palabra; y sabiendo, que contando con su infinita misericordia y aportando nuestro pobre arrepentimiento, nos espera siempre su perdón.

I.- LA MISERICORDIA DE DIOS CON NOSOTROS.-

         1.- DIOS ES AMOR.-

La mejor definición de Dios es la que San Juan nos da en su epístola: “Dios es amor”.(1 Jn. 4,8). Y este amor divino se manifiesta plenamente en el perdón, en la piedad, en la misericordia del corazón amoroso de nuestro Padre Dios lleno de clemencia, de ternura, de bondad, de indulgencia, para todos sus hijos.

Nuestro Dios nos ama hasta el extremo de dar su vida por todos los hombres para los que hace salir el sol de su comprensión  seamos buenos o malos.

Este amor de Dios aparece  en la Biblia constantemente  y expresado muchas veces en términos apasionados. Así, a través del profeta Isaías nos dice que “aunque la madre se olvide del hijo de sus entrañas, yo no me olvidaré de ti”.(Is. 49,15)

Expresiones que superan en vehemencia nuestras propias manifestaciones amorosas: “Llevo tu nombre tatuado en la palma de mi mano”.(Is. 49,16)

Y este amor de Dios se manifiesta en misericordia:”Aunque tus pecados sean como la grana, yo los volveré blancos como la nieve”.(Is. 1,18)

Cuando llega la plenitud de los tiempos y Dios se hace hombre en las entrañas de María Santísima, Jesús perfecciona el mensaje con el nuevo mandamiento  del amor entre todos nosotros como Él nos amó.

Bastan  sólo algunas de las Palabras de Cristo sobre el amor de Dios y su misericordia para entender que estamos hablando de lo esencial, de aquello que no admite sucedáneos en nuestra vida de creyentes.

En primer término Jesús nos enseña a algo totalmente novedoso en la Biblia: llamar a Dios padre y padre de todos: ¡Padre nuestro! Por eso, en cada Eucaristía, el sacerdote nos invita a llamar padre a Dios con el aval de Jesucristo, por cuya autoridad “nos atrevemos a decir”  “la oración de las oraciones”.

2.- AMOR Y MISERICORDIA DIVINA.-

De las numerosas parábolas sobre el amor y la misericordia divina, nos detendremos especialmente en la del hijo pródigo, expresión sublime del corazón de Dios.

Glosa de la parábola del hijo pródigo.-

                  Un padre tenía dos hijos. Y toda la humanidad cabe en  las figuras de estos dos hermanos.

Un día el hermano pequeño (tú y yo) abandonó la casa paterna llevándose la parte de su herencia.

Lejos del padre dilapidó su fortuna y acabó queriendo comer las algarrobas que le daban a los cerdos y nadie se las daba.

Y un día se dijo: “Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: he pecado contra el cielo y contra ti…”

¡Y se levantó! Y cuando aún estaba lejos de la casa, el Padre –a pesar de la edad y de la distancia– lo vio, se le conmovió el corazón,  corrió hacia él y lo abrazó, y no le dejó hablar y se lo comía a besos.

En el concepto de misericordia, incluso como virtud natural, se dan dos elementos: el afectivo, en el sentido de compadecer –padecer con- de conmoverse con la desgracia del otro; y el efectivo, que supone hacer todo lo posible por ayudarle.

En la parábola, la misericordia es el modo con que Dios  sale a nuestro encuentro para darnos el abrazo de Padre. Un cuadro famoso del gran pintor Rubbens nos muestra este abrazo del Padre al hijo que está de espaldas. Se ven las dos manos que aprietan fuertemente al hijo. Una mano es de hombre, la otra de mujer; para expresar que como nos recordó Juan Pablo I “Dios es padre y madre” de todos nosotros.

Elemento afectivo: “Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió. Fue corriendo, se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de besos”.

Elemento efectivo: “El padre dijo a sus criados: ¨Traed enseguida el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado.¨ Y se pusieron todos a festejarlo”.

Ante la infinita misericordia de Dios, nuestra actitud debe ser la de desandar el camino del pecado, convertirse –es decir, volver sobre los malos pasos- como el hijo pródigo y la de poner nuestros pensamientos, palabras y obras al servicio de los demás, como el buen samaritano.

El Papa Francisco nos señala como, sin embargo, “la misericordia  es algo difícil de comprender”. Porque a veces pensamos que basta esta confianza en la misericordia de Dios sin poner de nuestra parte el arrepentimiento. Por eso nos dice el Papa “que la misericordia no borra los pecados, que lo que borra los pecados es el perdón de Dios”.

Para el perdón, contando con el amor y la misericordia de Dios, es necesario y basta con el arrepentimiento por nuestra parte: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo.¨

La moneda de la misericordia tiene anverso y reverso. La consecuencia de vivir y gozar de la Misericordia de Nuestro Padre Dios, es tener por nuestra parte misericordia con el prójimo.

II.- NUESTRA MISERICORDIA CON EL PRÓJIMO.-

          1.- AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS.-

         También el amor que nuestro padre Dios nos tiene, con amor se paga: amándolo a Él sobre todas las cosas y amando a nuestro prójimo.

Y consecuentemente, la misericordia divina con nosotros, se corresponde igualmente con la práctica de la misericordia con los demás.

         Ya en la parábola del Hijo Pródigo vemos como el hermano mayor no es misericordioso con su propio hermano de sangre, con el agravante de no corresponder a la petición expresa del Padre.

         No se trata de un tema discutible, atendiendo a las circunstancias, sino que el dictamen del Señor Jesús es concluyente a la hora de juzgar nuestra intención de participar en la Eucaristía: “Si te acuerdas allí mismo que tu hermano tiene una queja contra ti, deja allí tu ofrenda, ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y después vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).

         El mandamiento nuevo, el resumen magno de toda la ley y los profetas, la condición sine qua non del ser y ejercer como cristiano, su barómetro más preciso, es el trato a los demás, a todos los demás.

         Por ser Iglesia, todos los bautizados desde el Papa Francisco al último monaguillo, tenemos la misma dignidad –somos hijos de Dios- la misma misión –que todos los demás tengan Vida y Vida abundante- y la misma responsabilidad de vivir en Gracia de Dios como miembros vivos de la Iglesia.

         Predicar y dar trigo, serlo y parecerlo, dar y darse.

  • El buen samaritano.-

Misericordia que debe hacerse vida en la vida de los verdaderos seguidores de Cristo, como en la parábola de  aquel samaritano que atendió al hombre malherido al que dejaron tirado por el suelo el sacerdote y el levita:

«Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.” ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo».

El buen samaritano, en palabras del propio Jesús, fue pues el que practicó misericordia con el prójimo.

El elemento afectivo: “Llegó junto a él, y al verle tuvo compasión”.

Y el elemento efectivo: “Y acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él”.

Y así hasta la curación total.

Este buen samaritano, en palabras del propio Jesús, fue el que afectiva y efectivamente practicó misericordia con el prójimo: “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo»”.

EL AÑO DE NUESTRA MISERICORDIA.-

¡“Haz tú lo mismo”!

 Palabras que el Papa hace bandera del Año Jubilar de la Misericordia al enfatizar:

«Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Año Jubilar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales». 
Hay catorce obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales.

Las obras de misericordia corporales son:
1) Visitar a los enfermos
2) Dar de comer al hambriento
3) Dar de beber al sediento
4) Dar posada al peregrino
5) Vestir al desnudo
6) Visitar a los presos
7) Enterrar a los difuntos

Las obras de misericordia espirituales son:
1) Enseñar al que no sabe
2) Dar buen consejo al que lo necesita
3) Corregir al que se equivoca
4) Perdonar al que nos ofende
5) Consolar al triste
6) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
7) Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

La mayoría de estas obras se expresan claramente con su enunciado y ante la imposibilidad material de glosarlas en este escrito, me permito indicar un denominador común y previo a todas ellas. Un pequeño detalle, una especie de prueba del algodón para clérigos y seglares, que mida nuestra verdadera actitud con el prójimo utilizando la vara que el mismo Cristo estableció: “el que llame a su hermano `imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame `renegado’, será reo de la gehenna de fuego” (Mt. 5,22) 

Y así, quizás nuestro testimonio de vida deba comenzar por ejercer la caridad de hablar bien de todos o callar. Porque en esto de los comentarios sobre el prójimo, somos del mundo: es decir, como los demás.

Sin olvidar que ante nuestras flaquezas estará siempre el amor, el perdón y la misericordia de nuestro Padre Dios.

         Ignacio Montaño Jiménez.-

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