PARTE II: LA CORONA DE ORO. EL REGALO DEL PUEBLO Y DE LA DEVOCIÓN
La corona es el símbolo más evidente de la realeza. Y la Virgen María, como Reina de todo lo creado, luce en sus sienes la presea que la distingue como soberana, Madre del Redentor y del género humano.
El amor de los soleanos y la devoción popular mantenida a lo largo de los siglos se ha materializado en las mejoras y más ricas ofrendas, que han atesorado un patrimonio y un ajuar único, como muestran las coronas de los siglos XVII y XVIII, que en 1952, con el estreno de la fastuosa corona de Seco Velasco, quedaron completadas. Queriendo siempre lo mejor para la Santísima Virgen, en mayo de 1988 comenzó a tomar forma la idea de recoger oro para elaborar y regalar a Nuestra Señora una nueva corona.
Una propuesta que la Junta de Gobierno de entonces, encabezada por N. H. Manuel Montaño (Q.E.P.D.) presentó en Cabildo General Extraordinario celebrado el 13 de mayo de 1988, y que – como no pudo ser de otra forma – fue aprobada por unanimidad. El 18 de mayo comenzó la recogida de oro para la nueva corona en la Casa Hermandad de la Plaza de San Gregorio. Todos los soleanos y los devotos de la Virgen desfilaron, ese día y los sucesivos, por las dependencias para hacer entrega de sus donativos, bien de oro o económicos.
Emocionan los testimonios de los que allí recogieron y registraron las donaciones. Niños, jóvenes, mayores, todo el pueblo devoto quiso aportar algo, por pequeño que fuera, para que la Virgen llevase sobre sus sienes el amor que durante 5 siglos y de forma ininterrumpida Alcalá del Río le ha profesado. Hermanos y hermanas que, ante los sorprendidos miembros de la Junta de Gobierno, se despojaron allí mismo de sus joyas más preciadas para que la Virgen tuviese la corona de oro del pueblo y de la devoción.
No hizo falta mucho tiempo, dos meses y medio nada más, para alcanzar el 5 de julio la cantidad de 3 kilos y 328 gramos de oro. Allí estaban la alianza de aquel soleano que cada Viernes Santo la llevaba sobre sus hombros y que su viuda entregó en su memoria. La medalla de la madre que enseñó a querer por encima de todo a la Virgen. Los pendientes de ese angelito que no pudo hacer la estación de penitencia pero que acompaña a la Virgen en su palio.
El diseño elegido fue el presentado por el taller de Seco Velasco. Se reunieron más de 3 kilos y 500 gramos de oro y 2.122.649 pesetas – 12.757,38 euros – para la nueva corona de la Virgen. En la imagen que ilustra este texto aparecen – de izquierda a derecha – Felipe Jiménez, José Romero, Manuel Seco Velasco, Manuel Montaño (Q.E.P.D.) y Francisco Bravo (Q.E.P.D.), en el taller del orfebre en la entrega de todo el oro ofrecido por los devotos soleanos.
El 15 de septiembre de 1989 le fue ofrecida como regalo de su pueblo y sus hijos la corona de oro a la Virgen. Una joya en la que el ya de por sí cuantioso valor económico queda desbordado por el inabarcable valor devocional y sentimental que en sus trazas contiene.
En esa corona están el amor, la devoción, la historia y todas las generaciones que han mirado a los ojos a la Virgen sintiéndose hijos suyos. Están los pobres y los ricos. Los que siempre estuvieron con ella y los que no podían verla siempre. Los del centro y los del extrarradio. Los hombres, las mujeres, los niños. Los de apellidos de raigambre y los soleanos con la devoción a la Señora como única raíz. La de oro es la corona del pueblo, la ofrenda de una historia centenaria, la del esfuerzo y el sacrifico por dar lo mejor a la que tanto intercede, ampara y protege. Cuando se mira esta corona no se ve en ella el oro, se ve a todas y cada una de las personas que nos enseñaron a querer y amar a la Virgen.
Quisieron los soleanos que la corona de oro no se estrenase hasta que la Virgen fuese coronada canónicamente con ella, como así se decidió en Cabildo en febrero de 1994. Y con esa corona, fruto del amor, que permaneció guardada durante seis años como el inconmesurable tesoro de devoción que es, Nuestra Señora de los Dolores en su Soledad fue coronada canónicamente como Reina y soberana de Alcalá del Río y del mundo entero, gloria de nuestra Hermandad y orgullo de nuestro pueblo.
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